miércoles, 2 de abril de 2014

¿Tiene el actual movimiento de protesta la fuerza para forzar la renuncia de Maduro o desatar un movimiento insurreccional que lo desaloje del poder?

UN DEBATE NECESARIO
Escrito por: Rafael Venegas
Secretario General de Vanguardia Popular
Ante los reclamos del movimiento estudiantil y la sociedad democrática, el gobierno no tiene interés sincero de buscar una salida concertada. La única respuesta que propone es el escalamiento de la represión, intentando implantar un estado de terror que opere como factor disuasivo y desmoralizador, de cara al agravamiento de una crisis económica y social que golpea la calidad de vida del pueblo y que, más temprano que tarde, tendrá a los pobres como protagonistas de la protesta social. Y si cierto es que el uso desproporcionado de la fuerza y la brutalidad represiva puesta en evidencia, golpean la conciencia de las reservas democráticas existentes en el chavismo y a sus bases populares, no menos cierto es que la cúpula gobernante se halla unificada en torno a este plan.
En contraste, el movimiento de protesta está dividida en sus asuntos más importantes: ¿Cuáles son los objetivos concretos de la lucha? ¿Forzar la renuncia de Maduro o desatar un movimiento insurreccional que lo desaloje del poder? ¿Tiene el actual movimiento de protesta la fuerza y potencialidad necesarias para alcanzar tales propósitos? Obviamente no. Entonces ¿Cuáles deben ser los objetivos a lograr? ¿Detener la represión? ¿Conquistar la libertad de todos los detenidos? ¿Rescatar el derecho a la protesta, hoy mediatizado y criminalizado? ¿Garantizar el castigo de los crímenes y de la violación masiva de los derechos humanos? ¿Forzar una rectificación de la política económica que solo conduce a escasez y carestía? Esto luce más sensato pero aún no es suficiente. Falta clarificar el tema de las formas de lucha: ¿La movilización de calle, robusta, firme, pero pacífica o no violenta? ¿O las “guarimbas”, el bloqueo de vías y la resistencia desde las barricadas? La forma principal de lucha debe ser la que resulte más eficaz al logro los objetivos planteados.
Cabe otra interrogante: ¿Cómo garantizar la unidad de propósitos y de acción? ¿Concertar a partir de un debate que derive en un plan, una instancia y un sistema de evaluación del conflicto, a los fines de la toma de decisiones? ¿O jugar posición adelantada, corriendo a las cámaras y los micrófonos con afán protagónico, para imponer situaciones de hecho que nos arrastre a todos por la misma pendiente? Es hora ya de que se imponga la sensatez, la responsabilidad y el verdadero espíritu unitario que reclama el país, si en verdad se pretende ser alternativa de conducción y cambio frente a la crisis nacional.