Hemos defendido la justeza del movimiento de protesta estudiantil y popular que ya lleva veinte días en las calles del país. Él es expresión del descontento frente a la inseguridad, la escasez y la carestía de la vida. Ha podido ser conjugado a tiempo si hubiese encontrado en el gobierno un interlocutor dispuesto a escuchar y tramitar sus demandas.
No obstante, la respuesta ha sido una represión brutal en la que se combinan la acción de los cuerpos policiales y militares con la actuación impune de los colectivos armados y la infiltración de agentes cuya misión es provocar la violencia y el caos. El saldo hasta ahora: 18 muertos, más de 70 casos documentados de torturas, más de un millar de detenidos de los cuales cerca de 800 han sido incriminados judicialmente.
Al movimiento de protesta le acechan al menos dos grandes peligros: 1) Que sectores ajenos a su espíritu y propósitos lo conduzca por el camino de la anarquía y la violencia
2) Que se desgaste hasta el punto de que la inercia lo regrese a sus casas con las manos vacías.
El primero cambia la fuerza de gigantescas movilizaciones, impregnadas de coraje y talante democrático, por la acción irracional de pequeños focos de “guarimberos” que solo concitan el repudio de quienes, paradójicamente, pretenden representar, mientras sirven de tontos útiles para justificar la represión y la campaña descalificadora orquestada por el régimen.
El segundo consiste en que la falta de unidad y coherencia en su conducción conlleve al desgaste de la movilización, sin encontrar un puerto de llegada que le permita acariciar una victoria. Ambas cosas harían vano el sacrificio ofrendado.
Para sortear la situación el gobierno ha convocado a un diálogo demasiado parecido a un ardid publicitario.
Con el debido respeto por quienes de buena fe han acudido a esta convocatoria, creemos que para dialogar con el gobierno éste debe primero enviar señales claras de un propósito sincero:
1) Cese de la represión y libertad de los detenidos.
2) Designación de un tercero de buena fe que acompañe el diálogo y que eventualmente funja como mediador.
3) Formular una agenda que priorice los grandes temas nacionales.
4) Diseñar una metodología de trabajo dentro de un plan con objetivos y plazos definidos.
Proponemos al liderazgo estudiantil y a la sociedad democrática este camino para destrancar el conflicto, sin arriar banderas ni renunciar a su principal fortaleza que es la movilización de calle.